La salida es hacia adentro

por Lorena Garcia Terrazas

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¿Hace cuánto tiempo que no tomas un café contigo mismo? ¿Hace cuanto tiempo que no escuchas tu propia voz, que no te abrazas, que no te regalas una mañana, o una puesta sol?

Vivimos rodeados de gente, de ruido, de voces ajenas, que ahogan las nuestras.

La semana pasada tuve la dicha de tomar un café conmigo misma, no una, sino varias veces. Tuve la oportunidad de regalarme tiempo especial, de apapacharme, de abrazarme, de cuestionarme, de no presionarme, de dejarme ser.

A muchas personas les asusta la soledad, huyen de una recamara o una casa vacía, buscan el ruido, el hacer cosas fuera, quieren mantenerse en movimiento. Buscan compañía, sin saber que en ellas mismas tienen a la mejor compañera. No soy ermitaña, al contrario, esa semana también disfruté mucho de la gente, de los cafés y del tequila con amigas, reuniones aquí y allá, pero amo estar a mi lado, conmigo misma, en mi presencia, mi espacio y mi soledad.

Tuve algunas mañanas de café y unas cuantas noches de vino tinto, sentada con mi compañía, al amanecer o en la maravillosa noche de un cielo estrellado, pude dedicarme tiempo, pude platicar conmigo, a ratos un libro, a ratos recuerdos, y entre sorbo y sorbo se me escapaba un suspiro. Miraba hacia atrás con melancolía y satisfacción, sentía mi presente con mis pies en la tierra y mi mirada en el cielo y visualizaba un futuro llena de esperanza.

Y empezó la plática, la conversación profunda y trascendental. El monologo, donde mis pensamientos eran el único interlocutor.

De pronto apareció un personaje en mi imaginación, LA GRATITUD vestida de blanco, con una sonrisa y los brazos abiertos, y brindé con ella por ese momento, venían a mi mente miles de recuerdos, cientos de experiencias, no todas muy buenas. No había muchos colores y ni un solo arcoíris, tampoco la siembra había dado sus frutos, llegó un fuego lento a quemarlo todo. Brotó la cizaña, mucha hierba mala que trataba de secar las rosas que riego cada mañana. Había dudas y culpas que llegaron vestidos con sus trajes negros, lanzando indirectas, buscando persuadirme, me mostraban caminos con muchas veredas, pero con puertas cerradas. Llegó la mentira tratando de hundir mi más pura verdad. Aparecieron los miedos, eran grandes y fuertes, algunos muy guapos y con ojos verdes, traían en su mano una botella del vino más fino, me hicieron titubear, algunos me asustaron, otros me hicieron llorar. Me serví una copa y brinde con ellos, y llegue a un acuerdo. Los mire a los ojos y les hable de frente. Los invite a mi vida, a que caminaran a mi lado, pero nunca al frente, que me hicieran precavida pero que no me detuvieran, que cuestionaran mis sueños, pero que no los mataran, que fueran mis amigos y nunca me ocultaran cuando se aproximara una tormenta, no importa que me moje, que me tumbe al suelo, pero les pedí que siempre dejen en mí, la esperanza de que saldrá el sol. Y dijeron que sí, que aceptaban el trato, me abracé de ellos, les alcé mi copa y volví a brindar.

Detuve el monólogo con una lectura, subrayé unas frases y retomé la plática. Vinieron a mi mente miles de ladrones, que robaron alegría en mis días de sol, se llevaron trozos de esperanza bajo la luna, y algunas cuantas partes de energía que tenía guardada, se robaron palabras, pero pude rescatar algunos sinónimos, escondieron mi voz dentro un baúl y tuve que aprender el lenguaje a señas, se llevaron mis zapatos, dejaron a cambio botas muy pesadas que querían que usara para no avanzar, y sin pensar que con ello, me dejaron el gusto por andar descalza.

Y regresó la gratitud a mi mente, ese personaje que nunca se va, pues lo tengo atado con un hilo fuerte a esos pensamientos que visten de negro, los deja llegar, deja que me reten, que me hagan pensar, incluso los deja que me hagan llorar y me hagan creer que ya no puedo avanzar, que la vida es injusta y que siempre será. Le gusta probarme, prueba mi fuerza, mi valentía y prueba siempre mi fe. Hace que me enoje conmigo misma y que cuestione a Dios.

La gratitud es el personaje de entrada y el personaje de salida, de ese café y de esa copa de vino conmigo misma. Es la más bella oración capaz de transformarlo todo. La gratitud abre caminos, abre las puertas, abre los cielos. La gratitud pisa las culpas, las dudas y los miedos. Atrapa a los ladrones, corta la cizaña, y devuelve la alegría.

Gracias por cada personaje vestido de negro que llega a mi vida, que hace brillar aún más el imponente vestido blanco de la gratitud.

Invítate un café, invítate una copa de vino y siéntate a tu lado, y da gracias por tu vida. Brinda por ti, por lo que fue, por lo que es y por lo que será. Y vuelve a dar gracias, porque eso que será, ¡será lo mejor!

2 comentarios en “UN CAFÉ CONMIGO:

  1. Que bonita la gratitud cuando se sabe apreciar su luz

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    1. si verdad? Hay un pensamiento que me encanta, «si la unica oracion que dijeramos fuera gracias, con eso seria suficiente» lindo dia !

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